reportaje final mario carrillo

REPORTAJE, EL FINAL DE LA HISTORIA DE MARIO CARRILLO ARMAS

Hola mis carnales, aquí el Reporñero cumpliendo como casi cada Lunes con el reportaje tepiteño por excelencia, el más socorrido de la red, el más famoso de la fila de las tortillas, maestría y doctorado en palabrejas majaderas con especialidad en albures finos; pero hoy, carnales, hoy nos vamos a poner serios, ya se hizo un desmadre mediático en torno a éste caso, el oportunista de Pepe ha escrito ya dos entradas, una en la que le cuenta al público cómo es un día en nuestra redacción y la otra en la que hace una crónica del inicio de ésta historia, tengo que aceptar que el güey se discutió con la primera parte de la historia, ya nos enteramos de muchos detalles, pero no de todos. Hoy, les traigo en exclusiva entrevista, el testimonio del protagonista de la historia, el de la voz cantante, que sabe cómo sucedieron los hechos, casi sesenta años le costó saber la verdad y hoy, todos seremos testigos, sin más güagüara, vamos al reportaje.

La entrevista.

Reporñero. Don Mario Carrillo Armas, oriundo del barrio de Tepito, gran carnalito y compañero de penas ¿Cómo le va?

Don Mario. Bien Ñerito, aquí pasándola suave, gracias.

Rñ. Don Mario, su historia ha cimbrado las conciencias de mucha gente, se quedan incrédulos e indignados al saber la gran injusticia que le sucedió ¿Qué opina de que cada vez más gente sepa de su caso y lo acompañen? Al menos en el sentimiento, porque los muy ojos no donan pa’ la causa.

DM. Me da un poco de pena que a la gente le cause molestia mi historia, pero una injusticia que no causa molestias, que no hace recapacitar a nadie, nunca pasó.

Rñ. Afirma, profesor. Ahora Don Mario, cuéntenos qué pasó cuando lo clavaron a la Peni.

DM. La verdad Ñerito, yo ya iba muerto, me daba lo mismo ir a la prisión que me dejaran ir a mi casa, cuando me enteré de que Hilda había fallecido, el mundo se me terminó, el mismo día que me detuvieron, me llevaron a Lecumberri, estuve en la celda treinta y nueve y no comí nada hasta el otro día, no me dieron nada de comer y además no tenía ni poquita hambre.

Llegando lo primero que vi, fue que la población en general, era gente más grande que yo, estaba re chamaco, pero ya me valía sorbete, no me dio miedo ni nada, lo primero que pasó por mi mente fue “en unos dos días se aclarará todo, me van a dejar salir y todo vuelve a la normalidad”, la realidad es que al segundo día, cuando me dejaron salir para ir a comer, me pusieron una chinga entre tres gandallas, casi me matan, nunca pensé que la noticia de la muerte de Hilda hubiera causado tanto impacto en la opinión pública, me apodaron “El Monstruo de Fray Bartolomé”, eso sí me caló porque nada tiene que ver mi calle con el delito que supuestamente había cometido, pero así es la prensa, te sacan hasta la última gota de morbo, con tal de saciar a sus lectores.

Rñ. Supongo que estuvo en el servicio médico de Lecumberri unos días.

DM. Para nada Ñerito, me fueron a botar a una celda de castigo, porque en las celdas normales, diseñadas para cuatro reclusos, había a veces hasta quince personas, entonces era más fácil aislarme así, que sacar a la bola de culeyes y dejarme una celda para mí solo, el custodio me decía “es que si te aventamos con la población, te matan”, lo curioso es que ya adentro, nadie me preguntó mi versión y si te soy honesto, creo que yo tenía menos información que ellos.

Mi mamá y mi hermano fueron a verme todo el primer año religiosamente cada domingo, luego mi jefecita falleció, creo que de neumonía y mi hermano, al ser más chico y todavía menor de edad, pasó a ser propiedad del estado, nunca volví a verlo en toda mi vida, lo ´último que supe, fue que una familia del barrio de Coyoacán lo quiso adoptar y él se escapó, nunca volvieron a verlo.

Rñ. Qué poca madre, don Mario, le arrebataron la vida y además a su hermano la oportunidad de desarrollarse en familia… Y a veces uno piensa que le fue mal en la vida.

DM. Ya ni quejarse es bueno, no sirve de nada, como bien nacido tepiteño, a penas terminé de sanar físicamente, me hice el firme propósito de no dejarme caer, de no rendirme, empecé a estudiar en la peni y a trabajar lavando los platos del comedor, los reclusos encargados de la comida, son los más viejos y tranquilos, si no te metes con ellos, no se meten contigo, ahí conocí a Don Lucas, un día mientras lavaba los trastes, Don Lucas me preguntó “¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué la mataste?”, fue la primer persona que me dirigía la palabra sin llamarme “asesino”, “culero” o “monstruo”, entonces le conté la neta de lo que pasó, él hizo unas preguntas muy extrañas, con cierta jiribilla, supongo que pasé su examen porque a partir de ese día me empezó a ayudar, como a los cinco años de eso, por primera vez me diría “yo creo que tú eres inocente, pero en éste país, si naciste pobre, naciste culpable”.

Don Lucas me ayudó mucho, además de darme chance de seguir trabajando en la cocina durante casi diez años, me enseñó a boxear, a meter las manos, él había sido boxeador amateur en El Peñón de los Baños, el boxeo fue una habilidad que estando afuera, siempre quise adquirir, pero en libertad, uno no valora nada, siempre piensa “mañana” o “el lunes”, sin darse cuenta de que la vida puede terminar en éste momento, la vida no te espera a mañana o al lunes, estando adentro, valoré hasta la tierra que se me metía en los zapatos, juré que cuando saliera, iba a ir al jardín de San Francisco de Asís y le iba a dar un beso a cada una de las florecitas que ahí se daban, ahora que vi la luz, me enteré con mucho pesar que ese jardín había dejado de existir hace muchos años.

Rñ. Entonces Don Lucas fue como su padre, como su protector en prisión.

DM. Así es, mi Ñerito, ese señor me mantuvo con vida, como ya te dije, yo trabajaba con él todo el día, así que me cuidaba y cuando salíamos al patio, le decía a otros reclusos que agarraran el pedo, que escucharan mi historia, que no me juzgaran por lo que decía el periódico, a fin de cuentas muchos de los que estaban ahí, habían pasado por lo mismo, el que se robó dos panes y lo acusaron de ser el bandolero más famoso de la ciudad, el que chocó borracho y mató a un ciclista panadero y para cuando salió el periódico, era un psicópata que había atropellado a veinte personas por el simple placer de verlos sufrir, poco a poco consiguió que me dejaran en paz, aunque no todos, te voy a ser honesto, siempre hubo quien me creyó culpable y cada que pudo, me metió el pie, la naturaleza humana, mi Ñero, si tú eres muy malo, muy ratero o muy culero, quiere decir que yo no lo soy tanto, por consecuencia, seré perdonado. Así piensan los culpables Ñero, que no se te olvide.

Rñ. ¿Y cuántos años fue así la cosa?

DM. Para mi mala suerte, en 1971 murió Don Lucas, dejándome en la orfandad por segunda vez, lo enterraron en el panteón civil en una fosa común, él tampoco tenía familia, ya que no era del Distrito Federal, llegó al Peñón con su mamá como a los siete años y poco más sé de su historia, nunca quiso decirme por qué cayó preso (además de por pendejo) y como yo lo respetaba mucho, no le pregunté, recordar las penas hace que te desahogues hasta cierto punto, luego de eso, es una tortura que no tiene sentido.

En 1976, cerraron el palacio de Lecumberri, yo fui de los últimos en ser trasladados, ese mismo año, veinte años después de que me acusaran y ya contando con treinta y cinco de vida, me mandaron al bloque C, del nuevo reclusorio oriente, ahí todo fue distinto, cuando llegué, ya había una estructura definida, porque aunque las autoridades se hagan pendejas, en el reclusorio mandan los presos, no los custodios ni el director, me tocó empezar de nuevo, pero ya tenía ventajas, hacía años que había estudiado box con Don Lucas, hacía mucho ejercicio y yo no esperaba nada bueno, no tenía esperanzas ni sueños de libertad, mi abogado me había dejado a mi suerte hacía tanto que ni recordaba, cuando llegué, lo tomé como un chance de empezar de cero, sin el estigma del asesino o del monstruo de Fray Bartolomé.

Lo que más me gustó del reclusorio Oriente, fue el taller de carpintería, estaba poca madre, al ser un reo con más de veinte años de custodia, tenía ciertos privilegios, por ejemplo en qué horario salía a correr, en qué área quisiera trabajar o a qué taller me quería meter, escogí el de carpintería, porque en mi casa nunca tuvimos muebles, salvo los catres y una cómoda, no teníamos nada más, ni mesa, mi Ñero, entonces yo soñaba que cuando saliera, iba a hacerme unos muebles chingones, solo por eso escogí la carpintería, pero me quedé porque el día se terminaba de volada, empezabas a hacer algo y cuando menos te dabas cuenta, ya venía el custodio a decirnos que el día había terminado, se cerraba el taller, y al otro día seguías con lo tuyo.

Dentro de la carpintería, mi especialidad fue la talla, con decirte que un ex-diputado tuvo como puerta de su casa, una talla que me tomó casi dos años terminar. Resulta que cuando ese señor era diputado, tenía una iniciativa de ley con la que quería rehabilitar a los reclusos, cuando yo entré al sistema, nada de eso existía, te metían ahí y te dejaban a tu suerte, cumplías tu condena y a la calle, lo que éste señor venía haciendo desde el 77 aproximadamente, era intentar rehabilitar a la gente con estudios reconocidos, que aprovecharas el tiempo en cana. -Don Mario ríe con cierta amargura-.

Entonces nos fue a visitar, obviamente no le iban a enseñar las celdas llenas de cucarachas y chinches, no lo iban a llevar en la noche, cuando unos reclusos se olvidan de lo cabrones que son y se dan calor unos a otros (yo jamás, palabra), lo iban a llevar a lo menos feo; conoció el taller y justo estaba yo terminando una cajita tallada, en la tapa tenía la bandera mexicana, de un costado al “Huitlacoche” Medel y del otro al “Ratón” Macías, en la parte frontal decía “Tepito, mi barrio” y en la parte trasera le puse “Sin voz y en solitario”, todo tallado con mucho cuidado y esmero, ya que iba a ser el regalo de diez de mayo de un amigo que me pagaba esas artesanías con comida; cuando su familia iba a verlo, él me invitaba a comer, como parte de su misma familia, por desgracia lo apuñalaron una semana antes de él salir, y salió, pero con las patas por delante. Total, el diputado vio el trabajo y me preguntó para qué lo hacía, no lo quise aburrir con los detalles macabros del curioso estuche y se lo regalé, le dije “De Tepito con respeto”, se la llevó a su esposa (al paso del tiempo hicimos buena amistad) y a la señora le gustó tanto, que me encargaron dos puertas para su casa, una mesa y varios marcos para adornar esos bonitos reconocimientos que se le dan a la gente importante y que rara vez se han ganado.

Rñ. ¿Su amistad con el diputado no le ayudó a salir antes?

DM. En el momento no, pero años más tarde, por allá de 1990, el señor diputado se retiró de la vida política, él era abogado de profesión, nuestra amistad de más de diez años y un momento de aburrimiento, le hicieron tomar mi caso, yo para entonces ya contaba con muchos datos que no tenía en 1957, como es de suponerse, varios cábulas del barrio llegaron tanto a la peni como al Oriente, primero muy salsas, que si pinche asesino que si te pasaste de lanza, luego, cuando ven cómo es en realidad la vida en el reclu, doblan las manitas, te ven como aliado o conocido solamente porque también eres del barrio, entonces empiezan a contarte por qué los agarraron (además de por pendejos) y luego ya viene la familiaridad, ahí era cuando yo trataba de sacarles datos que no conocía, por ejemplo que después del asesinato de mi Hilda, don Güicho se fue del barrio sin despedirse de nadie, creían que se había muerto hasta que lo agarraron en Guerrero porque quiso violar a una niña, lo mataron en una pelea dentro de la penitenciaría guerrerense, aunque su acta de defunción decía “suicidio”, los violadores sufren mucho en prisión y más los violadores de menores, el “ojo por ojo” o la “cola de marrano” siempre han sido y siempre serán.

Total que de mil retazos de la historia, que mil personas me habían ido dando, yo conseguí armar un relato de lo que en realidad había pasado, pasé noches y noches llorando por Hilda, pero nunca nadie quiso hacerle justicia, yo ya no quería nada para mí, tenía toda la vida viviendo en la sombra, pero quería que ella recibiera la justicia que merecía, en una visita del ex-diputado, me animé a pedirle el favor y fue cuando él, agarró el caso perdido, recuperó legajos de un archivo abandonado y cuando leyó lo que pasó, todas las irregularidades de las declaraciones, las pláticas conmigo y con la gente que aquí me conoce, se convenció de que yo era inocente, entonces empezó una campaña que duró hasta 1999, año en que falleció de un infarto cuando encontró a su joven esposa (cosas de ricos) con un chamaco, retozando y divirtiéndose como enanos, una pena total.

Por suerte, uno de los jóvenes abogados de su despacho, es una persona muy celosa de su trabajo y continuó mi caso, presentó las pruebas y un juez me declaró inocente.

Rñ. Entonces usted ya sabe qué pasó aquél día de enero de 1957.

DM. Sí, mi Ñero.

Rñ. ¿Le gustaría contar la historia real?

DM. Creo que sí, a fin de cuentas yo ya estoy viejo y no me queda mucho tiempo, aunque no me guste recordar los detalles, no tiene caso que me quede eso para mí, puede que hasta le sirva a alguien para cuidarse y no tener el mismo fin.

Luego de que el papá de Hilda me pateó, se la llevó a rastras rumbo a su casa, ella pudo escaparse cuando el señor se dio cuenta de que le había arrancado un mechón de cabello completo y aflojó un poquito la mano, lo que nadie sabía, era que el Don Güicho había seguido la escena desde la acera de enfrente, iban sobre Aztecas, casi en el callejón de Tenochtitlan, fue donde ella se escapó, don Güicho la abordó en ése mismo callejón y le ofreció esconderla con el pretexto de que su padre venía atrás y muy cerca, salieron del callejón por Tenochtitlan y cruzaron Fray Bartolomé, llegaron hasta matamoros y ahí tenía Güicho su puesto, como ya sabes, antaño la gente dormía en esos mismos puestos, ese mismo año se inauguraron los mercados que terminaron con esas prácticas, total que Güicho la metió ahí y le dijo que él iría a echar un vistazo, que le avisaría si alguien venía. No quiero entrar en mas detalles, pero Güicho lo que hizo fue ir a ver si había testigos, dio una vuelta por matamoros y al no ver más gente, regresó al puesto que convenientemente estaba todo envuelto en lonas y telas, entró y la mató, la ahogó con una cuerda de nylon y luego…

Rñ. No se preocupe Don Mario, entiendo lo que sucedió después.

DM. No Ñero, ya déjame sacarlo todo. Luego la violó y le quemó el cuerpo con un fierro que calentaba en una vela, nadie sabe por qué hizo eso, tal vez para borrar huellas, tal vez por diversión, es imposible entender cómo trabajan las mentes de esos enfermos, hizo lo que quiso con ella y la dejó todo el día siguiente envuelta entre lonas, telas, cartones y chácharas sin que nadie sospechara nada, solo de pensar que estuve ahí, tan cerca me dan ganas de llorar, pero Güicho era más que un depredador, tenía una historia negra de muchos años, todo un profesional de la mentira y el engaño, no por nada se ganaba la vida vendiendo basura.

Ese día en la noche, fue a botarla atrás del mercado, que fue cuando el otro chacharero lo vio ¿Sabes qué es lo más increíble de ese dato? El otro chacharero lo reconoció y nunca dijo nada, tal vez por miedo, tal vez por lealtad de colega, no lo sé, pero nunca dijo que él era ese misterioso ladrón que llevaba un bulto a su espalda.

Luego vino lo que ya todo el mundo sabe, me acusaron, exageraron, mintieron y no investigaron, se conformaron con tener alguien a quien culpar, sin importar que le estaban destruyendo la vida a un ser humano, total, un hijo de la calle más o menos, nadie lo iba a extrañar, en 1999 por fin alguien pensó bien las cosas; luego de tantos años, ya para qué, digo yo.

Rñ. Si lo declararon inocente en 1999 ¿Por qué salió hasta el año 2015?

DM. En realidad me declararon inocente en el año 2001, fue la sentencia final, pero no salí porque tenía miedo, no tenía a qué salir y no conocía a nadie afuera, ten en cuenta que mi familia desapareció apenas entré a la peni, mis conocidos muertos u olvidados, yo no tenía formación, casa, trabajo ni nada que me interesara afuera.

Rñ. No entiendo don Mario, cuénteme por favor paso a paso.

DM. En el año 2001, cumplí cuarenta y cinco años de condena, ya contaba con sesenta de vida, un mal día me mandaron llamar a la visita, yo ya sabía que mi abogado estaba por demostrar mi inocencia, él me traía noticias cada quince días, cuando menos, siempre se despedía diciendo “recuerde que esto sólo lo hago porque el licenciado equis me dejó a cargo de su caso” así que yo pensaba que su esfuerzo no era el mejor. Resultó que con poco esfuerzo y mucha influencia, puedes sacar a cualquiera de la cárcel, más aún si es inocente.

Me dirigí con el custodio a la sala de visitas, era un horario muy extraño, las once de la noche en punto, el custodio me dijo “¿Qué se siente, Don Mario?” y sonrió como si estuviera feliz por mí. Llegamos a la sala y para mi sorpresa, ahí se encontraba el director del penal, otra persona que nunca supe quién era y mi abogado, me pidieron que me sentara y así sin más, el director me dijo: “Don mario, debido a la reciente resolución del tribunal especializado, le declaran inocente, a partir de las doce de la noche de hoy, puede usted retirarse de las instalaciones de este reclusorio sin delito o acusación alguna qué perseguir” Era el 30 de Enero de 2001, un Miércoles.

¿Te puedes imaginar lo que sentí? Sesenta años, había pasado más de cuarenta en prisión, olvidado y señalado; y de pronto te dicen que en una hora puedes salir al mundo, que apenas si reconoces por alguna imagen que viste en televisión, aparato que fuiste a descubrir ahí mismo, en cautiverio, entré en pánico y le dije al director que se podía meter al culo mi carta de liberación, mi abogado pidió cinco minutos para estar a solas conmigo y me recomendó salir de inmediato, le pregunté si podía hacer algo, demandarle al estado un trabajo, un lugar en dónde vivir y según me dijo, ellos se pueden equivocar y no hay forma de exigirles nada, lo puedes intentar, pero va de vuelta Ñerito, si no tienes dinero para el abogado, mejor ni te metas en esos enjuagues.

Le confesé al director mis sentimientos; miedo, ira, decepción y algo que parecía alegría, al fin se había hecho justicia, más de cuarenta años después, pero se hizo, Hilda descansaba en paz, sabiendo que siempre la amé, que yo no la maté, a veces todavía lloro cuando pienso que probablemente yo fui lo último en lo que pensó, es una tortura pensar que a solo unas calles, ella estaba siendo asesinada mientras yo dormía en mi catre…

Comenté muy en serio que si era necesario matar a alguien ahí adentro, lo haría, el director me permitió quedarme y el siguiente director también, hasta éste año, que cambiaron el reglamento y para no hacerte el cuento largo, me dieron una patada en el culo y me echaron fuera, creo que soy el primer recluso que estuvo a punto de cometer un delito en el interior de una cárcel, para permanecer ahí, la bronca fue cuando quise cometer el delito y no me atreví, nunca en mi existencia había violado la ley, nunca le había hecho daño a nadie, la ironía es poética, no tuve más remedio que agarrar mis cosas y salir tal como había entrado; solo y sin saber a lo que iba, sin conocer el mundo que me esperaba, en éste caso, afuera.

La crónica.

A Don Mario se le rozan los ojos, por primera vez en toda la entrevista lo veo afectado y en su cara se nota una tristeza profunda, tristeza que lleva ahí demasiado tiempo, que daña el alma y la rompe, no sé si mostrarle mi solidaridad con una palmada en el hombro, con un abrazo o con una palabra de aliento, prefiero dejarlo en paz, le digo “si quiere tómese un momento, don.” Y me retiro al baño del restaurante en el que estamos llevando a cabo la entrevista, cuando regreso a la mesa, Don Mario ya no está, le pregunto a la camarera por el viejito que estaba ahí hace un momento y me dice que salió llorando, me mira con cara de reproche, como si yo hubiera sido el causante de su llanto, aunque de cierta forma, sí lo soy. Pago nuestro consumo (lo cargo a la cuenta de la redacción) y salgo a buscarlo, estoy en la esquina que forman las calles de Eduardo Molina y Albañiles, él tiene su domicilio en La Merced. Así que supongo que agarró para allá, no lo sigo, lo dejaré para mañana que esté más tranquilo.

Al otro día desde que me levanté tenía un extraño presentimiento, era domingo y Don Mario no trabajaba en la carpintería de Lecumberri, así que decidí lanzarme a su casa, iba a pedirle a Pepe que me acompañara, pero preferí ir solo, ese cabrón insensible podía decir algo que no le gustara a Don Mario y la verdad lo sentía personal, yo tenía que enfrentar ese problema, solo.

Llegué a la vecindad y vi gente afuera, como pude entré y casi me desmayo cuando vi el cuarto de Don Mario abierto y varios chismosos asomándose, al querer acercarme, una doña dijo “éste, éste güey lo conoce, yo lo he visto aquí antes”, pensé que se me iban a dejar venir todos, pero no sabía qué error había cometido, vinieron a mi mente todos los detalles de la historia de injusticia de Don Mario, la mía propia y casi salgo corriendo, cuando otra señora, la casera de Don Mario, me dijo “muchacho, el señor Mario falleció ¿Sabes si tiene familia?”, carnales, sentí como si de repente se me cerrara la garganta y me dieran un chingo de ganas de llorar, pero no sabía por qué. Le expliqué a la señora que Don Mario no tenía familia, que era como una alma en pena caminando entre los vivos, que no le interesaba a nadie, que nadie lo extrañaría, que nadie lo recordaría… Aunque no todo era cierto, yo lo extrañaría, yo lo recordaría y a mí me interesaba.

Don Mario tuvo fuerza y valor suficiente para pasar una cuerda por encima de una viga de ese viejo cuartucho de la merced, amarrar un extremo a la protección de su ventana y el otro extremo a su cuello, subió a una silla y saltó a su verdadera libertad. También dejó una carta a manera despedida que a continuación reproduzco íntegra:

A todo aquel que quiera escuchar:

Ésta es mi declaración de amor, de inocencia, de humildad y de hartazgo.

Amor. Porque hoy me di cuenta de que no tengo nada que hacer aquí, mi lugar está a su lado y por fin ha llegado el día en el que nos vamos a reunir de nuevo, dicen que cuando una alma deja el cuerpo de forma antinatural, ésta vaga en el purgatorio por toda la eternidad, así que: amada mía, termino con mi existencia terrenal de forma abrupta y antinatural, con la esperanza de encontrarte al otro lado, de que nuestra separación haya sido apenas un suspiro y de que nuestro futuro sea el que siempre quisimos.

A usted, que está leyendo éstas líneas, sepa que es preferible vivir toda una eternidad en el purgatorio a su lado, que un día más en ésta existencia vacía; llena de dolor y sufrimiento.

No se culpe a nadie de mi muerte.

A la inocencia. Porque viviste dentro de mí, nunca me abandonaste y eras el único mudo testigo del cariño que le tuve, me mantuviste a flote siendo esa pequeña luz que iluminaba mi día a día, rodeado de la oscuridad que significa tu antagonista, te admiro y te quiero, porque solo un pequeño trazo de ti, fue suficiente para callar las voces de tanta y tanta injusticia, ojalá el mundo fuera un lugar más justo y más inocente, pureza de alma es lo que tanto necesitamos en estos sórdidos días.

A la humildad. Porque nunca tuve y nunca tendré. Para una persona como yo, los sueños son lujos, las esperanzas son como onzas de oro y la suerte es un gran tesoro que solo podemos valorar hasta que hemos llevado una vida de penurias, escuchen al humilde, tiéndanle una mano, usen sus dedos para enseñar y orientar, no para señalar y calumniar, les recuerdo que la humildad es una cualidad de gente grande, el despotismo es para los acomplejados, los inferiores y los inseguros.

Al hartazgo. Porque ya no puedo más, hoy he cumplido todos y cada uno de los designios que me fueron atribuidos, la historia de mi vida, ha sido por fin escuchada y conocida, queda en el mundo un testigo de mi infortunado paso por la tierra, mi cuerpo está cansado, mi alma rota, mis sueños se empiezan a convertir en pesadillas y no soy útil en una sociedad tan frenética, tan olvidadiza y tan hipócrita, quede pues, el relato de mis andanzas como el único documento de que algún día pisé éste suelo, ya no puedo más.

A los seres humanos les dejo mis penas para que se sientan menos miserables, les dejo mi inocencia para que no juzguen sin saber, para que no comentan el mismo error que se llevó mi vida; a la gente mala, le dejo el poco arrepentimiento que he sido capaz de sentir, con la esperanza de que algún día, decidan hacerle caso a su conciencia y enderecen su camino, a los presos inocentes les dejo mi libertad, repártanla con sabiduría; a los niños, les dejo mis horas jugando canicas, las veces que fui a la feria y las sonrisas sinceras que coseché durante toda mi infancia, valórenlas y disfrútenlas como si no hubiera un mañana, tal vez no lo haya; a la gente que cuenta historias, les dejo la mía.

Fechado un día de Noviembre del año 2015, en un cuarto de La Merced, que fue lo más cerca de mi querido barrio que pude conseguir, esperando que la cuerda de nylon aguante y ya sin lágrimas en los ojos, hasta otra vida.

Mario Carrillo Armas.

Y así fue como Don Mario dejó éste mundo, quiero agradecerle a los otros dos escritores de El Tepitazo, que tan amablemente se acomidieron a ayudarme en el pago de la sencilla caja que servirá de última morada para Don Mario y me acompañaron en el triste funeral, que (como dijo Juan Pérez) no podía ser de otra forma; una triste existencia, una triste despedida. Hasta siempre, Don Mario, salúdeme a Hilda allá donde esté.

El Reporñero.

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