Hace algunas semanas El Reporñero llevó a la redacción con una noticia bomba, yo le tuve fe desde el principio y le dije “venga Ñerito, a darle con todo”. La historia trata de un señor que estuvo preso injustamente, nada nuevo bajo el cielo, pero cuando te enteras que estuvo preso injustamente durante cincuenta y ocho años la cosa cambia.
Es toda una vida robada y la autoridad te dice “perdone usted, queda en libertad” ¿Qué pasa por tu mente? Lo único que sabes hacer es vivir ahí, convivir con la gente de ahí ¿Qué sigue luego de que una injusticia te arrebató la vida?
Hoy vamos a conocer la verdad de lo que pasó aquél día de Enero de 1957, en que Mario Carrillo Armas, de apenas 15 años era acusado del homicidio de su vecina, Hilda Nazareth Colín, todo lo que usted aquí leerá ha salido de la entrevista de el Reporñero y de una triste pero agradable plática con Don Mario, he aquí lo que sucedió:
Corría el año de 1957, la ciudad era muy distinta a lo que es hoy. Uno no puede ni imaginar lo mucho que evolucionan las cosas cuando ha pasado casi sesenta años en la oscuridad del encierro, era el mes de Enero y en Tepito, como en toda la ciudad, hacía frío.
Mario vivía con su madre y su hermano pequeño, en la calle de Fray Bartolomé de las Casas, casi esquina con Jesús Carranza, como siempre ha sido, el barro noble invariablemente tenía un taco para el hambriento, cobijo para el friolento y compañía para el solitario eso no ha cambiado. El problema de toda la vida en Tepito, es que no siempre hay justicia para el individuo, muchas son las historias que pueden corroborar lo dicho.
La calle de Fray Bartolomé es antigua como la que más, se dice que desde hace milenios existe aunque ha ido cambiando de nombre, de acuerdo a las épocas y las necesidades, pero queda ahí inmutable ante el paso de tanto y tanto tiempo, y nos ubica en el epicentro del arrabal más icónico de lo que ahora es nuestra ciudad. Lleno de palabras; dobles sentidos, melancolía, felicidad, furia y mucho trabajo.
Mario era un chico normal, como cualquier otro, solo destacaba por una cosa: jugaba muy bien a las canicas, de hecho, le ayudaba a su mamá a salir adelante con su habilidad y tino con las pequeñas esferas de vidrio, iba al jardín que estaba ubicado frente a la iglesia de San Francisco de Asís a buscar rivales, les bajaba todas sus canicas y luego las vendía en cualquier puesto de chácharas, aunque al primero que acudía, era al puesto de un señor al que le decían “El Güicho” que hasta donde se sabía, no se llamaba Luis, le gustaba ir con don Güicho porque él pagaba más por canica. En un buen día, Mario podía ganar hasta peso y medio solo de canicas, eso aligeraba la carga a su mamá que sufría de reumas y había días en los que estaba tan mal de las manos, que no podía salir a trabajar.
Los nuevos mercados del barrio estaban por inaugurarse, el “Ratón” Macías era un ídolo y un ejemplo a seguir, el “Huitlacoche” Medel seguía sus pasos como ídolo del barrio y Mario, bombardeado por todo ese cúmulo de buenas noticias, se sentía embriagado de éxito. Del éxito de gente como él, que había salido de abajo para llegar a la cima, a lo más alto, justo estaba paseando por lo que en unos cuántos meses sería el Mercado de Granaditas cuando la vio, una niña de unos catorce o quince años, igual que él, morena clara, delgada y de pelo tan negro como sus ojos, quedó embobado y contrario a su costumbre, se acercó a ella.
-Hola ¿Cómo te llamas?
-Hola, Hilda ¿Y tú?
-Yo soy Mario ¿Eres de por aquí?
-Sí, vivo allá atrás de los puestos esos de madera, pero vine a la construcción a dejarle el itacate a mi papá.
Mario creyó que vivía un sueño (en sus propias palabras) porque la niña se dirigía a él con tanta familiaridad como si lo conociera.
-Vives aquí cerca, no recuerdo haberte visto, yo me la paso en el jardín o allá en Fray, le ayudo a mi mamá que lava platos en la pulquería que está en…
-Te conozco -dijo la niña entre risas- el año pasado, en la fiesta de San Francisco, te vi en la feria, comprando palomitas.
Ese fue el inicio de una bonita pero corta amistad, ella lo recordaba y él ni en cuenta, pero a partir de ahí, ella ocuparía la mayor parte de sus pensamientos, Mario recuerda que bajó su rendimiento “bien gacho” en las canicas, del peso y medio que sacaba en los buenos días, tuvo una racha que hasta perdió su “tirito”, por suerte lo recuperó jugando rayuela y desde ese momento, se enfocó en ganar y ganar canicas o vender cualquier cosa a los chachareros para sacar unos centavos por día.
Pasaron dos semanas de ensueño, Mario se quedaba de ver con Hilda cerca de los puestos de chácharas, pasaban con don Güicho, le vendían las canicas recolectadas (si habían algunas) y luego él la invitaba a tomar un helado o simplemente caminaban por ahí. En cierta ocasión, Mario fue con don Güicho a venderle dos pequeños barriles que su mamá había conseguido en la pulquería donde laboraba.
-Quiubo Don Güicho, le traje éstos dos barrilitos para que la haga buena, están chiros, mire.
-Pinche chamaco ¿De dónde te los robaste?
-¡Voy voy don Güicho! no se lleve que luego no se aguanta, se los dieron a mi jefa en la pulquería, creo que los iban a tirar y ella los rescató, están buenos, deme dos pesos por los dos y no digo a quién se los vendí.
-Te doy un peso por los dos y si viene la policía no les digo quién me los vendió.
-No le digo don Güicho, no son de uña, son leña, pero si no los quiere, preste, ahorita los ofrezco.
-No, espera, sí los quiero, pero te doy peso y medio, ni un centavo más.
-Juega.
-Oye muchacho ¿Quién es la niña con la que luego vienes a venderme cuiras?
-Una amiga.
-Está bonita, ten cuidado porque las mujeres bonitas suelen traer desgracias en la espalda.
Mario alzó los hombros y aunque no entendía bien a bien, qué había querido decir don Güicho, no quiso repelar, al fin, estaba haciendo buen negocio y no quería estropearlo con una discusión, pero sintió una mala vibra que se desprendía de esas palabras, como si el don hubiera hablado con alma negra.
Terminado el negocio, Mario se fue para su casa a darle el dinero de los barriles a su mamá, luego al salir rumbo al jardín de San Francisco, se topó con el papá de Hilda, que al parecer, lo andaba buscando.
-Hey, chamaco.
-Qué pasó don, pa’ qué soy bueno.
-Quiero hablar contigo, ven.
El muchacho no sabía bien qué era lo que quería el padre de Hilda, pero su actitud parecía más bien relajada que hostil así que se acercó y caminaron juntos rumbo al mercado de Granaditas, donde el señor trabajaba enjarrando paredes y haciendo diversos trabajos de albañilería para el mercado, que en solo unos meses se iba a inaugurar.
-Mira chavo, Hilda me ha contado mucho de ti, que son buenos amigos y que eres buena persona, a mí no me gusta que la acompañes a dejarme la comida, no te conozco e Hilda es mi única hija, te he visto y sé que no haces nada más que jugar canicas, no tienes oficio ni beneficio, así que por las buenas deja de ver a mi hia o te rompo tu madre, tú decides.
Lo dijo con calma, con tranquilidad y eso fue lo que le dio más miedo a Mario, por regla general cuando alguien te amenazaba tenías que responder con fuerza, él ya había perdido la cuenta de las veces que había peleado defendiendo lo suyo, porque un chavo no le quiso pagar las canicas que le ganó, porque otro gandalla le quiso robar el dinero, porque un manchado le puso sus cocos a su hermano pequeño o porque uno muy salsa se le quedo viendo, así era en el barrio, pero ésta amenaza era diferente y estaba seguro de que si le hubiera refunfuñado al don, éste le hubiera tumbado los dientes de un madrazo, no por nada era albañil en Tepito. Así que optó por la segunda opción, la bandera blanca.
-Mire don, Hilda y yo somos amigos de hace poquito, pero siento que la conozco desde siempre, platicámos muy a gusto y no tengo malas intenciones, mi jefa me ha enseñado a ganarme mi lana honradamente y a respetar a las mujeres, por qué no me echa la mano y me mete de chalán en la obra, para que vea que soy trabajador y gente de bien, no sea ojo de hormiga.
-Ya te lo dije chamaco, a la otra que te vea con mi hija, chin chin si no te pongo tus patadas, ahí los vidrios.
Mario se quedo ahí, mirando cómo se iba el papá de Hilda sin siquiera haber considerado su petición, no pensó en dejar de verla, si era necesario verse a escondidas, pues ni modo, además unas patadas más no matan a nadie, pensó. Sin darse cuenta, al ir caminando con el papá de Hilda, Mario quedó justo enfrente del puesto de madera de don Güicho, que se dio cuenta de toda la movida.
-Chamaco, ven para acá.
-Qué jais don Güicho.
-¿Ya te cortaron las alitas? te lo dije, las mujeres bonitas siempre traen problemas, si no es el papá, va a ser otro cabrón, pero esto nunca termina bien.
-Nigüas don Güicho, yo no le he hecho nada malo a ella ni a su jefe, si no quiere que nos veamos, que me lo diga ella, además, somos amigos.
En ese momento Mario cayó en la cuenta de que no podía haber nada más que una amistad entre Hilda y él, ella aunque humilde, siemrpe andaba limpia, a veces iba a la escuela, sabía leer muy bien y tenía una familia, él por el contrario, siempre mugroso, con los pantalones raídos, los zapatos que hablaban, a penas si sabía escribir su nombre y como le había dicho el padre de Hilda, sin oficio ni beneficio.
-La vemos don Güicho, voy a conseguir canicas y lo veo más al rato.
-Ándele pues, caifán jijo de la tiznada.
El día pasó sin mayores sobresaltos, Mario ganó unas diez canicas, entre ellas dos “bombochas” que le pagaban mejor y dieron las dos de la tarde, hora en que Hilda pasaba por el Jardín para llevarle de comer a su jefe.
-Hola Hilda.
-Hola Mayo ¿Qué andas haciendo?
-Aquí chambeando, ya sabes; oye, quiero decirte algo ¿de regreso podemos platicar?
-¿Cómo que de regreso? ¿no me vas a acompañar?
-No puedo, ahorita te explico.
-Sale, voy a dejarle a mi papá su comida y paso por aquí.
La vio alejarse y sintió un vacío en el estómago, ella no sabía lo que su papá le había pedido, o mejor dicho, exigido a Mario, y no sabía cómo iba a reaccionar cuando se lo dijera. A los quince minutos ella regresó y ambos emprendieron el camino para casa de ella, no era muy largo el trayecto, así que contra todos sus instintos, fue al grano.
-¿Qué pasó, Mayo? ¿Por qué no me acompañaste?
-La mera verdad tu jefe me dijo que si me volvía a ver contigo, me iba a poner unas patadas y para qué le juego al vivo, tu jefe está entero y si quisiera se hace unos zapatos conmigo.
-Mi papá es muy bueno, solo se preocupa por mí, pero tú qué piensas de eso.
-Yo no quiero dejar de verte, si tu jefe se mancha, ni modo, no será la primera ni la última vez que me rompan el hocico.
Hilda sonrió e hizo algo que nunca había hecho, besó en la mejilla a Mario.
-Eres muy valiente, hoy por la noche, hay un trabajo especial en el nuevo mercado de granaditas, van a probar no sé qué cosa de la luz y voy a ir a verlo, mi papá me contó, si quieres podemos vernos ahí cerca.
-¡Juega!
La emoción que lo embargó, nunca se volvió a repetir en toda su vida, con decirles que ese día en la tarde, se puso a buscar botellas vacías para venderlas, barrió la entrada de al menos tres negocios, le vendió las canicas a don Güicho y hasta le contó que iba a ver a Hilda en la noche cuando éste le preguntó “¿Por qué tan emocionado, chamaco?” fue a un puesto de chácharas en la calle de Aztecas y ahí consiguió un pantalón que casi le venía bien, era de gabardina negra y aunque tenía agujeros en la parte de abajo, en general estaba muy bueno, además en el mismo puesto compró una camisa azul claro, de mangas cortas, con la que unos días después saldría retratado en el periódico. Fue con el bolero que se apostaba afuera de “El Vacilón” y por quince centavos, el bolero le dejó limpiar sus agujereados zapatos.
Ese era el día, en el que Mario cambiaría todo su estilo de vida por Hilda, ella le había dado un beso en la mejilla y él quería ser mejor, para tener algo qué ofrecerle a la muchacha, no sabía qué, pero algo había despertado en su interior y no solo había despertado una rara motivación, también algunos deseos muy extraños.
Dieron las seis de la tarde y Mario ya había sorprendido a mucha gente, le entregó a su mamá dos pesos y él se quedó con peso y medio, a juzgar por el dinero que le dio y la ropa “nueva”, la mamá le cuestionó si no andaba en malos pasos, él se limitó a decir “hoy empecé una nueva vida, jefa” y salió de la vecindad sonriendo, estaba decidido a cambiar para que el papá de Hilda los dejara verse, iría a la iglesia y le pediría al padre ayuda para poder estudiar y trabajar, sabía que el padre de la iglesia podía conseguirle trabajo en cualquier taller, lo que fuera con tal de dejar las canicas, eso era para niños. ¿Canicas? ¿En qué estaba pensando?
Iba soñando en lo que pasaría y cómo le iba a pedir ayuda al padre cuando sintió un golpe en la cabeza.
-¡BAMM! A ver cabrón, dame las bombochas de mi carnalito.
-No mames hijo, cuáles bombochas.
-No te lo vuelvo a repetir, culero, saca las canicas de mi carnalito.
Mario volteó a ver a su agresor, era un tipo de unos veinte años, mucho más fornido que él y estaba acompañado por un chamaco como de doce, gordo, que Mario reconoció al instante.
-Si vas a ir de puto ¿Para qué apuestas?
-Pinche manchado, si ya estás peludo para andarle quitando las canicas a los morros.
-No, aguanta, ellos juegan porque quieren, además nunca me mancho con nadie, les doy tiros de ventaja y si pierdo les pago ¿O no?
El chamaco asintió dando una débil cabezada.
-Pues con mi carnal no vuelva a jugar, puto.
Dijo el hermano del gordo, y le tiró un madrazo con la mano abierta, Mario se hizo para atrás y alcanzó a ser rasguñado en un costado de la cara.
-No mames, ya te dije que él quiso jugar, nadie lo obligó, pinche chamaco puto llorón.
El gordo y su hermano se fueron dejando a Mario sentado en el piso, lo único que le dolió, fue que su pantalón “nuevo” se había llenado de tierra. Se sacudió lo que pudo y siguió caminando rumbo a la iglesia. Desde el jardín vio al padre que estaba observando la fachada de la iglesia desde afuera, aunque Mario no veía nada raro.
-Hola padre, buenas tardes.
-Qué tal hijo, cómo estás.
-Bien padre, vengo a pedirle ayuda.
-Dime ¿En qué te puedo ayudar? Pero ya sabes que dinero no, de una vez te aviso.
-No, padre, quiero ver si me da quebrada para trabajar y ganarme mis centavos, también quiero estudiar la escuela.
Hasta ese momento el padre giró la cabeza y le puso atención a Mario.
-¿Estudiar y trabajar?… ¿Cómo se llama?
-¡Padre!
-Hijo, uno solo cambia tan radicalmente por dos razones… que vienen generalmente en el mismo cuerpo, ya dime su nombre.
-Hilda, padre, es hija de…
-De Ramiro, el albañil ¿Cierto?
-Sí, padre.
-Hijo, ten cuidado,conozco a tu madre y sé que no son malas personas, pero Ramiro es muy celoso con la niña, te puede hacer daño.
-¿Entonces me ayuda o no?
Mario se estaba hartando de que todo eran negativas, nadie le daba la oportunidad de demostrar que podía ser mejor, hasta el padre que supuestamente ayuda y guía, le daba advertencias relacionadas a la peligrosidad del papá de Hilda, de cualquier modo él lo haría.
Así pasó una hora platicando con el padre de sus sueños, esperanzas y deseos, él prometió buscarle alguna chamba de aprendíz y con eso Mario se quedó tranquilo, cuando dieron las 7:15, Hilda pasó por el jardín, vio a Mario y sonrió como nunca.
-Qué guapo, Mayo. Te ves muy bien.
-Gracias… Tú también te ves muy bonita.. Como siempre… ¿Vamos?
La cosa era ir a un costado del mercado de Granaditas a ver cómo probaban las luces interiores, nada más, estuvieron como una hora en la esquina de lo que hoy es el Eje 1 Norte y Aztecas, viendo como encendían y apagaban luces, Mario estaba un poco aburrido, pero mientras estuviera en compañía de Hilda, ahí se quedaría, en eso ella volteó, se le acercó y dijo…
-Mayo, me gustas mucho.
-Tú también me gustas mucho, pero tu papá no quiere que me acerque a ti.
-No lo veo por ningún lado ¿Y tú?
Cuando terminó de decir eso, le plantó un beso en la boca, Mario sintió como si le engancharan el estómago, le vino una oleada de felicidad indescriptible y se abandonó, se dejó llevar por el momento. Nunca en su vida había besado a una chica de esa forma, si bien había tenido algunas novias, no era nada importante, nunca había habido tanta intimidad de pareja como en ese momento, al contrario, con las otras novias al quedarse solos eran unos silencios muy incómodos y pláticas más bien torpes, para sus quince años, era poco experimentado en esos temas.
En eso estaban cuando un grito los sacó de su atolondramiento.
-¡Hilda!
-¡Papá!
-Y tú, hijo de la chingada, te advertí que no quería que vieras a mi hija.
El papá de Hilda era más rápido de lo que parecía, los separó y en el movimiento tiró a la niña al suelo. Enseguida golpeó a Mario en el estómago y éste cayó redondo, luego vinieron los incontables puntapiés y al final lo tomó por el cabello y le dijo.
-Si te vuelvo a ver cerca de mi hija, te mato, cabrón.
Y lo lanzó contra el piso. Mario se quedó adolorido y solo alcanzó a ver que el señor se llevaba a Hilda del cabello, ella pataleaba y hacía esfuerzos por soltarse pero no parecía conseguir nada.
Se quedó sentado en la esquina como veinte minutos, tratando de hacer el recuento de los daños, lloraba de rabia al saber que iba a ser necesario más que la buena voluntad para estar con Hilda, y le desesperaba saber que lo que tenía que ofrecerle eran solo esperanzas y sueños.
Al otro día de lo sucedido, Mario recibió una visita en su casa, que cambiaría para siempre el rumbo de su vida.
-Mario… hijo… ¡MARIO!
-Mande mamá.
-Te busca un señor allá afuera ¿Qué hiciste cabrón? Viene con dos policías.
-Nada ma, te lo juro.
-Pues sal a ver qué quieren.
Mario salió todavía vestido como la noche anterior, después de la golpiza lo único que atinó a hacer fue quitarse los zapatos y acostarse en el catre en el que dormía, entre el dolor de las patadas y la decepción de no poder estar con Hilda, se tardó horas en dormir, cuando al final lo venció el sueño, ya casi estaba amaneciendo.
-Qué quiere don, ya se manchó ayer, ya estuvo.
-Éste es oficial, es el hijo de la chingada que ayer estaba con mi hija.
-No me va a decir que me van a meter en cana por que estaba con su hija, ya me partió mi madre, no sé qué más quiere.
-Niño, necesito que me digas en dónde está Hilda.
Mario no supo qué responder o si lo que le estaba preguntando el policía era en serio.
-¿Qué en dónde está? Pregúntele a él -dijo señalando al Ramiro- La última vez que la vi, ese señor me había dado en la madre y la llevaba de los pelos para su casa.
-Cuando llegamos a Tenochtítlan, ella se me zafó y corrió rumbo a Matamoros, desde entonces no la veo.
-Pues ese es su pedo, a mí me dejó tirado en a calle y ahí estuve como media hora, luego me vine para mi casa y hasta ahorita voy saliendo.
-¿Entonces ayer éste señor te pego? -Preguntó el otro policía-
-Sí, me pateó ahí en Aztecas.
-¿Solo patadas? ¿En dónde te dio?
-En la espalda, en el culo, en…
-¿En el cuello?
-No. Para qué le voy a mentir, en el cuello no, ni en la cara.
-Entonces ¿Qué te pasó en el cuello? ¿Quién te rasguño?
-Ayer el hermano de un vale con el que juego canicas me pegó para que le devolviera lo que le gané a su hermano, ahí me hizo el rasguño.
-No me digas.
-Pues búsquelo y le pregunta, es el hermano de “el gordo” ese pinche mocoso siempre está ahí en el jardín de San Francisco, él le puede decir si no es cierto.
-Háblale a tu madre.
La mamá de Mario, que estaba escuchando todo desde detrás de la puerta, se asomó.
-Dígame, oficial.
-Señora, nos permite entrar a ver en su casa si no está la muchacha, es una revisión rápida y si no está, nos vamos.
-Pasen, pero solo los oficiales, usted, viejo culero, ahí se queda.
Los oficiales revisaron el triste cuartucho que hacía las veces de casa para la familia de Mario, no había muchos lugares en donde esconderse, solo tenían una cómoda y los catres en los que dormían, todo lo demás estaba en el suelo o en repisas fijadas a la pared que los anteriores inquilinos habían dejado. También revisaron el área de lavabos y todo lo que pudieron de la vecindad, los vecinos pensaron que buscaban algo robado y no a una persona, por la parsimonia de los oficiales al “hacer su trabajo”.
-Muchas gracias señora, nos retiramos.
El padre de Hilda miró a Mario con tristeza, contrario a lo que él pensaba, no era furia lo que transmitían sus ojos, era arrepentimiento tal vez, de cualquier forma en el barrio no se perdona una afrenta de ese tamaño así como así, pero eso lo iba a dejar para después, en ese momento, lo importante era que Hilda no estaba en su casa y tenía que averiguar lo que pasó, encontrarla y llevarla a su casa, a un lugar seguro, luego ajustaría cuentas con el papá.
-¿A dónde vas hijo?
-A buscar a Hilda.
-Mario, estás viendo como es ese señor, ya párale.
-Sí ma, solo la encuentro y ya le paro, te lo prometo.
Besó a su madre en la frente y salió a buscar, empezó a caminar y escuchó un grito que lo llamaba.
-¡CHAMACO! ¡MARIO! ¡CHAMACO!
Se acercó al lugar de donde provenían los gritos.
-¿Qué pasó don Güicho?
-Es lo que yo digo ¿qué te pasó?
-De qué o qué.
-Pues que te madrearon ¿No?
-¿Cómo sabe?
-Yo me entero de todo, chavo.
-Entonces dígame en dónde está Hilda, para ir por ella.
La expresión de don Güicho se tensó, en aquél momento no significó nada para Mario, ojalá hubiera sabido leer a las personas un poco mejor, seguir sus instintos y no confiar tanto en la gente.
La búsqueda no dio resultados, lo más alarmante era que en un tramo de calles muy pequeño, alguien había desaparecido sin dejar huella. A eso de las diez de la noche, Mario ya se había decidido a ir a la casa de Hilda y preguntar si estaba bien, hasta donde sabía, su padre no se había presentado a trabajar aquel día, luego de que se marchó de su casa con los policías, nada se sabía de él, llegó hasta la casa, que conocía porque acompañó a Hilda varias veces, tocó a la puerta y fue la mamá de Hilda quien atendió.
-Buenas noches, señora ¿Está Hilda?
La señora lo miró de arriba hacia abajo y le respondió con otra pregunta.
-¿Tú eres Mario, verdad?
-Sí señora.
-Hilda no ha regresado, muchacho ¿Sabes a dónde pudo haber ido?
El tono de la señora era casi de súplica, contrario a lo que su marido mostraba, ella no parecía hostil ni grosera.
-No señora, que yo sepa sus únicas amistades son las chavas de Estanquillo y ya estuve preguntándoles, nadie la ha visto, hasta me ayudaron un rato buscando pero no, me prometieron que si se enteraban de algo, ellas me avisarían.
-Ay, hijo, estoy desesperada, no sé a quién más recurrir, si tú sabes en dónde está, por favor, dile que regrese, que no le va a pasar nada.
-De verdad no sé, señora, pero seguiré buscando, si me entero de algo o la encuentro, la traigo para acá, a rastras si es necesario, no se preocupe.
Deambuló un par de horas más por las calles sin resultado alguno, la preocupación empezaba a sentirse real, como un peso muerto en el pecho que no lo dejaba respirar bien, decidió ir a su casa porque sabía que su madre iba a estar preocupada y molesta, ya continuaría la búsqueda al otro día. En su casa no fueron más que preguntas y lo de siempre, cenaron un pan con te de manzanilla y todos a dormir, de nuevo a Mario lo venció el cansancio, aunque esta vez, agotado pro lo poco que había dormido la noche anterior, fue más rápido.
-¡BLAM! ¡LEVÁNTATE CABRÓN, VEN PARA ACÁ!
Mario sintió cómo lo levantaban de un tirón, literalmente lo arrastraron de los cabellos rumbo a la calle, ya iba a mitad del camino y no sabía si estaba soñando o si era real.
-Tú la mataste ¿Verdad? -le decía el inspector de la policía, media hora más tarde de haberlo sacado a rastras de su catre, en algún cuarto de la delegación, que Mario suponía, lo habían llevado.
-¿A quién? Yo no maté a nadie, estaba en mi casa durmiendo y…
-¡No te hagas pendejo! Ya encontramos el cuerpo.
-De verdad mi jefe, yo no le hice daño a nadie, se lo juro por mi madrecita.
Así transcurrió el interrogatorio al que Mario fue sometido durante no se sabe cuantas horas, entre golpes y gritos, se enteró de que el cuerpo de Hilda había sido hallado en la parte trasera del nuevo mercado de Granaditas, golpeado y violado, al parecer había muerto ahorcada y no tenía zapatos.
Mario fue acusado formalmente, luego de reunir todas las evidencias que pudieron; el testimonio del papá de Hilda, de mucha gente que los había visto juntos, el rasguño que tenía en el cuello y que a decir de los policías, se lo había provocado la misma Hilda durante el forcejeo por su vida, el padre de la parroquia de San Francisco de Asís, diciendo que había llegado con ideas de trabajar y estudiar solo contribuyó a aumentar las sospechas en él, alegaban que nadie cambia así de la noche a la mañana si no está arrepentido de algo que hizo o que va a hacer, la interminable fila de testigos que aseguraban haberlo visto muy desesperado buscando a Hilda el día anterior y el testimonio que terminó de materializar su desgracia; don Güicho presentó los zapatos de la niña, alegando que Mario se los había llevado a vender, que él no sabía de dónde provenían las cosas que le llevaba y que se enteró por chismes del barrio que la habían encontrado descalza, así que se decidió a hablar.
Nadie creía en su inocencia, además él no hacía mucho por defenderse, cuando lo carearon con el padre de Hilda, el hombre entre lágrimas lo maldijo y le deseó que saliera pronto de la cárcel, para poder matarlo con sus propias manos.
Nota publicada en “La Prensa Gráfica”, Jueves 17 de Enero de 1957.
Espeluznante y macabro hallazgo se dio la madrugada de ayer, cuando un chacharero del barrio de Tepito encontró el cuerpo de la niña de nombre Hilda N. Colín en las inmediaciones de lo que será el nuevo mercado de Granaditas, que aún no ha sido inaugurado y ya tiene historia negra en su haber.
La niña de catorce años, se reportó extraviada veinticuatro horas antes de hallarla muerta, al parecer por asfixia, el padre de la finada, le comentó a la policía que momentos antes de perderla de vista, él había tenido una pelea con el principal sospechoso y ex-novio de la fallecida, Mario Carrillo Armas, oriundo del mismo barrio y que a decir de algunos vecinos, es una fichita que tarde o temprano, iba a hacer de las suyas.
Entrevistamos a varios testigos para tratar de descubrir qué sucedió y traerles a los lectores de La Prensa Gráfica, información veraz, oportuna y exclusiva. A continuación, les presentamos la cronología de lo sucedido.
Martes 15 de Enero de 1957, Noche.
El padre de Hilda N. se da cuenta de que en la esquina que forman las calles de Aztecas y Eje 1 Norte, el presunto responsable Mario C. discutía con su hija y la jalaba violentamente del brazo, razón por la que decidió intervenir y hablar con el presunto, que a decir del padre, se puso súmamente violento y hasta intentó agredirlo con un pedazo de madera que se encontraba en el suelo, razón por la cuál, el se vio en la necesidad de repeler la agresión, asestando un golpe en la humanidad del agresivo sujeto, dejándolo tirado en el suelo y escapando con su hija por la misma calle de Aztecas en dirección a Fray Bartolomé de las Casas.
Martes 15 de Enero de 1957, Madrugada.
El padre de Hilda N. se levantó a media noche por un vaso de agua, momento en el que se dio cuenta de que la puerta principal de su vivienda se encontraba entreabierta, temiendo lo peor, fue a revisar las cosas, pero nada parecía haber sido tocado y según su dicho, no faltaba nada, en ese momento creyó que se trataba de un descuido y cerró la puerta, grande fue su sorpresa cuando al entrar en el pequeño cuarto de Hilda, ella no estaba en su cama, estaba desaparecida, rápidamente el padre salió a la calle en busca de su ser querido, la búsqueda se alargó hasta bien entrada la mañana, momento en el que ya la familia al completo se encontraba al tanto de la desaparición de la niña.
Miércoles 16 de Enero de 1957, Mañana.
La policía había sido avisada de la sustracción de la niña, que a decir de una de sus amigas, tuvo que salir con engaños y amenazas de su casa, ya que el violento novio, le había dicho que si no se iba con él, mataría a su madre y a su padre “en cualquier chico rato”, razón por la cuál la niña con el fin de salvar la vida de sus seres queridos, accedió a las peticiones del violento sujeto, tomando, a partir de ese momento, rumbo desconocido.
El padre de la niña acudió a la delegación por ayuda, dos policías fueron asignados al caso y los tres se presentaron a las puertas del domicilio del temible delincuente, que en un alarde de cinismo, les gritó “nunca la volverán a ver y no me estén…” (Omitimos la última palabra por respeto a nuestros lectores, que ya se imaginarán la expresión) luego les azotó la puerta en la cara y no supieron más de él. Hasta ese momento se cree que la niña estaba con vida, dentro del domicilio del violento joven, el policía Eduardo Camarillo Islas, sostiene que él con la aguda visión que solo un policía debe tener, observó que el sujeto no presentaba marcas de golpes de la supuesta pelea que tuvo con el padre de Hilda la noche anterior y que luego, cuando lo detuvieron, presentaba un visible rasguño en la cara, prueba irrefutable de que Hilda trató de defenderse momentos antes de morir.
Miércoles 16 de Enero de 1957, Tarde.
Se presume que al verse sorprendido por la visita de la policía tan pronto, el asesino hizo alguna maniobra para trasladar de ese domicilio a Hilda, cosa que no funcionó y que concluyó con el desgraciado destino de la niña, otra línea de investigación; baraja la posibilidad de que Hilda tratara de escapar de su cautiverio y el violento joven, al darse cuenta, terminara acabando con su vida en un arranque de furia o tal vez por un accidente al no medir la fuerza del castigo impuesto. No sabemos, lo cierto es que de acuerdo al análisis del médico forense, Hilda falleció entre las diez de la mañana y las cuatro de la tarde de ese mismo día.
Se tienen incontables testimonios de gente que asegura haber visto a Mario C. Vagando por las calles con la mirada perdida y desesperado, ahora se sabe que la desesperación era porque no sabía cómo deshacerse del cuerpo inherte que yacía en algún rincón de su oscuro cuarto, esperando a ser arrojado al olvido y con la esperanza de no ser descubierto.
El dato más escalofriante de todos y lo que a la postre sería la prueba más fuerte en contra del asesino, es el testimonio del chacaharero al que llamaremos “Güicho” que en un alarde de honradez y deber cívico, se trasladó a la comisaría con una prueba en las manos, el par de zapatos de la niña que el mismo Miércoles, le habían sido vendidos por un peso por nada más y nada menos que por Mario C. El asesino.
El Chacharero declararía: “Yo no sé si son los zapatos de la niña muerta, pero escuché en pláticas de chismosos que la habían encontrado descalza, conozco al muchacho ese y no tiene hermanas, ese día me llevó a vender unos zapatos de mujer que le podían quedar más o menos a una niña de esa edad, además también la conocía a ella y creí haberle visto puestos esos zapatos en alguna otra ocasión, yo solo se los llevé a la policía por si servían de algo, nada más.” Esto eventualmente, incriminaría y despejaría cualquier duda de que Mario C. Hubiera sido el culpable.
Miércoles 16 de Enero de 1957, Noche.
La madre de Hilda recibe una visita inesperada, Mario C. Se presenta a la puerta de su casa, preguntando por la niña, al recibir una respuesta negativa sonríe con sorna y se marcha del lugar, dejando a su madre más consternada que antes ¿Será que a esas horas ya la había arrojado a la calle y por eso fue a preguntar por ella? No lo sabemos y tal vez nunca lo sabremos, la mente de un criminal es un laberinto insondable, lleno de oscuros callejones y peligrosos cruces en los que en cualquier momento, tú puedes ser la víctima.
Miércoles 16 de Enero de 1957, Madrugada.
Como ya es costumbre en el barrio, muchos de los comerciantes apostados en puestos de madera por las calles de Tepito, duermen en sus mismos lugares de trabajo, uno de ellos que prefirió omitir su nombre y al que llamaremos “Neto” dijo haber escuchado ruidos extraños, como si alguien quisiera pasar inadvertido en medio del silencio de la madrugada: “Es mejor ir caminando como si nada, así no levantas sospechas, puede ser un teporocho que va pasando, un madrugador que va rumbo a la parada de autobús o un sereno que hace su rondín, pero cuando caminas sigilosamente, en una calle llena de basura y ruido, te das a notar más” nos comentó, así que se asomó por una esquina de su puesto/casa y vio a un hombre, cargado con un bulto, caminando sospechosamente, como si quisiera fundirse contra la pared pero al mismo tiempo ir lo más rápido posible, fue entonces que pensó “éste ya se robó algo” y decidió seguirlo manteniendo una prudente distancia, si había robado algo, era lógico pensar que pudiera estar armado, más vale cuidar la vida.
Caminaron por Aztecas y casi lo perdió de vista cuando dio la vuelta en la calle de Costa Rica, “yo creo que como que sabía que lo andaba siguiendo, porque derepente caminó más deprisa y lo perdí tantito” iba caminando por la parte trasera del mercado cuando entre un montón de escombros y basura cuyo origen no supo identificar, estaba la niña.
“Cuando vi a la niña, se me olvidó el ratero, ya ni intenté seguirlo, me puse a gritarle al sereno para que buscara un policía y nada, se tardaron mucho en venir, mejor otros vecinos empezaron a asomar sus caras por puertas y ventanas que un policía apareciera, hasta pensé en abrir una botella o prender un toque, cuando haces eso, aparecen como por arte de magia los giles esos.” Concluyó Neto.
El primer policía que se personó en la escena, la describió como lo más dantesco y triste que he visto en mi vida, la niña, con la mirada perdida al cielo y los ojos sin brillo, yacía con medio cuerpo desnudo debajo de unas tablas y escombros que había en la calle, los brazos abiertos y en el pecho marcas de quemaduras de algún tipo, no se cree que sean de cigarro, vamos a omitir el detalle más gráfico por respeto a la fallecida, su familia, sus amigos, las buenas costumbres y la moralidad, pero basta con decir que el abuso del que había sido objeto Hilda, era muy evidente.
Miércoles 16 de Enero de 1957, Mañana.
La detención de Mario se llevó a cabo sin disparar un solo tiro, un operativo efectuado por la policía, informó que detuvo al peligroso sujeto al interior de su casa mientras intentaba escapar por la ventana que da al patio, afortunadamente, los oficiales fueron capaces de frustrar su intentona y lo presentaron ante el ministerio público, con el que se mostró siempre retador, irónico y cínico, según el propio dicho del impartidor de justicia.
Se prevé que hoy mismo sea trasladado a la penitenciaría de Lecumberri en calidad de culpable y bajo los cargos de homicidio, violación, tortura y secuestro, lo que le puede acarrear una condena de hasta ochenta años.
Una historia más de nuestra caótica ciudad, una joven vida finalizada de tajo por la violencia que nos aqueja día con día y una triste historia que queda en los anales para futuras referencias de la infamia que puede causar la falta de oportunidades y la mala educación.
Informó para La Prensa Gráfica, Un anti-reportero sin escrúpulos.
Año 2015
El crimen, fue uno de los más recordados en el barrio, a la fecha todavía hay una que otra memoria del hecho, aunque la pura verdad, la tiene Don Mario, que amablemente nos concedió una entrevista, de la cual, fue posible extraer su historia, si quieres saber cómo termina éste asunto, te recomiendo leer el próximo Lunes a El Reporñero, que nos trae una entrevista/crónica de lo que sucedió después de que Don Mario entrara a prisión, yo termino mi nota sin saber qué más decir, salvo que al final del día se hizo justicia, hoy Don Mario intenta integrarse a la sociedad como un miembro más, y aunque le haya sido arrebatada su libertad él no guarda rencores, solo dice sufrir por una cosa, la pérdida de su primer y único amor.
Si quieres donar para mejorar las condiciones de vida de don Mario, acude al banco de la alegría, a la cuenta que está a nombre de Mario Carrillo Armas, número de cuenta 123-456-789 sucursal 000.
Nota: La imagen que puede usted apreciar al inicio del post, pertenece a Tepito Antiguo, que amablemente nos ha dado permiso de colgar algunas de sus imágenes en éste espacio. Visiten su página dando clic aquí, no se arrepentirán.
Pepe Sosa
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