Enfermera Hospital Troncoso

Crónica, La enfermera de Troncoso

La vida es tan simple o tan complicada como el momento que estamos viviendo, hoy desgraciadamente estoy pasando por un momento muy difícil, ver a mi padre postrado en una cama de hospital, muy enfermo y sin posibilidad de mejorar, para un hijo es algo muy fuerte de vivir, una experiencia que sensibiliza al más bragado y pone de rodillas al más valiente, tal vez esa sensibilidad que te roza los ojos y te hace un nudo en la garganta con cualquier recuerdo y cualquier pensamiento, sea la causa de que una persona desarrolle un sexto sentido durante esos momentos de tanta carga emocional negativa, a continuación, paso a relatar mi experiencia en el hospital Troncoso, usted; querido lector, tendrá sus creencias y decidirá si lo que viví fue real o no, mi trabajo es simplemente de cuentacuentos.

16 de Febrero de 2016, 11:57 de la noche.

Vaya coincidencia me pone el destino enfrente, hoy me toca cuidar a mi papá, que se encuentra agonizando en el hospital, el cuarto piso del hospital Troncoso es mudo testigo de mi dolor y desesperación, él, en la cama 478 lucha por su vida y yo aquí, solo puedo esperar y poco más, el paciente que está a un lado no para de quejarse, “ya llegó mi hora”“hoy me voy”“me muero, me muero”, no para de decir. Sus lamentos me llevan a un grado de estrés que siento ganas de salir corriendo, únicamente el amor a mi padre me mantiene pegado a la triste silla junto a su cama, intento acomodarle la cabeza para que duerma más cómodo y hasta ahí llega mi habilidad de galeno, hay que decirlo, no soy el mejor de los cuidadores.

Estoy intentando tolerar los gritos de desesperación del vecino cuando recuerdo que mañana es el cumpleaños de mi esposa, decido salir 5 minutos a fumar un cigarrillo y a felicitarla lo mejor que pueda, necesito que me dé aire fresco, me siento agobiado.

Camino por el pasillo que lleva al elevador, presiono el botón que lo llama y subo el cierre de mi chamarra, siento un frío que cala los huesos y se mete a mi garganta, me hiela las entrañas. Por fin luego de dos minutos llega el elevador, se abren las puertas y está vacío “qué bien”, pienso, espero que no se detenga en cada piso como suele suceder en éste tipo de elevadores, presiono el botón “PB” y las puertas se cierran.

El indicador electrónico que muestra por qué piso vamos pasando, anuncia el piso 3… 2… 1… Pero se salta “PB”, y va directo al sótano, seguramente es un fallo de éste cacharro, abren las puertas y entra una enfermera alta, delgada e inmaculada, su ropa blanca parece brillar, seguramente es la obscuridad del sótano que contrasta con la poca luz que emite el elevador, ella sube y sin decir nada ni mirarme siquiera, presiona el botón del piso cinco, yo, algo molesto por la grosería de la enfermera, presiono el botón de la planta baja y siento una especie de corriente helada al pasar a su lado, “es la corriente que viene del sótano”, me digo y las puertas del elevador se cierran.

Mi piso viene inmediatamente del sótano, pero el elevador se lo salta de nuevo, definitivamente es un fallo mecánico, iré al piso uno y bajo por la escalera, el IMSS no tiene remedio, nunca he visitado una instalación a la que no le falle algo, normal.

Justo estaba cavilando presionar el botón del piso uno, cuando la enfermera me pregunta…

—¿Cómo está tu papá, josé?

—… Mal… Ya mi papá tien… Oiga ¿Cómo sabe que me llamo José?

—Mi nombre es Maria de la Luz Gonzales, y vengo a ayudar a tu papá.

Sin darme cuenta, ese breve diálogo me llevó hasta el piso cinco, destino de la enfermera, maldije mi suerte, tendría que dar otro paseo en el elevador, hasta el piso uno cuando menos, se abrieron las puertas y sucedió; la enfermera no estaba, hacía menos de un segundo la había visto, no podía caminar tan rápido, solo baje la vista un momento y ella desapareció, decidí salir un par de pasos al pasillo y asegurarme de que ahí estaba, volteo a izquierda y derecha, nada, esos largos pasillos con tantas puertas están extrañamente silenciosos y desiertos, regreso al elevador y presiono el botón del piso uno, “seguramente se metió en alguna de las puertas más próximas al elevador, es todo”, me convenzo de eso y las puertas cierran de nuevo.

El elevador estropeado lo hizo de nuevo, pero ahora el fallo me favorece, me dejó en la planta baja y salí (por fin) al frío aire de la noche.

Entre la llamada a mi esposa y el cigarro, sentí que había pasado mucho tiempo, mi papá estaba solo, así que me fui lo antes posible rumbo al elevador y no hubo novedad alguna, mi papá continuaba descansando tranquilo, acomodé su manta y lo dejé dormir.

17 de Febrero de 2016, 3:01 de la mañana

La falta de nicotina en mi cuerpo empieza a mellar mi espíritu, decido salir a fumar otro cigarrillo.

—Papá, voy a salir diez minutos y regreso, no te vayas a ir, aquí me esperas.

Mi padre ya no responde a las ridículas bromas que insisto en hacer, me quedo más tranquilo porque los vecinos ya se encuentran descansando, todas las luces apagadas y el hospital en un absoluto silencio, a ver en qué piso decide dejarme el elevador. Por suerte acierto y me deja en la planta baja, salgo y calmo mi ansiedad lanzando humo por la boca, regreso adentro y de nuevo al elevador, de subida no ha fallado, creo. El elevador cumple su función correctamente y me deja en el cuarto piso.

Al entrar al cuarto en el que mi padre se encuentra, la veo a los pies de su cama.

—Buenas noches.

Ella voltea y al mirarme siento algo extraño, como si su mirada me atravesara (luego notaría que es la única vez que me dirigió una mirada).

—Tengo que apuntar todo lo que le pongan a mi papá y sus signos vitales en ésta bitácora ¿cómo lo encontró?

La enfermera no me responde, el servicio aquí es cada día peor. Reparo en que ella solo lo mira; no apunta nada en el expediente, no revisa los medicamentos, no hace preguntas, solo lo mira, en su rostro se adivina un gesto triste, y yo insisto.

—Hola ¿Cómo lo encuentra? ¿Cree usted que deba de moverlo? Me da la sensación de que está incómodo.

Sin mirarme ella dice:

—Más adelante vengo a verlo.

Y sale de la habitación, me encuentro indignado y molesto, no me respondió y además fue tan grosera que no siquiera una mirada me dirigió, estoy decidido a quejarme, salgo del cuarto y camino rumbo a la central de enfermeras, pero no hay nadie, así que espero y como a los diez minutos, llega una enfermera con cara de estar cansada y molesta.

—Señorita, quiero quejarme de la enfermera que está viendo a mi papá, fue muy grosera conmigo, no me dice en qué condición está mi padre e ignoró por completo todo lo que le pregunté.

—Sí señor ¿En qué cama está su pacientito?

—En la 487.

—No señor, la enfermera de las camas 484 a 490 soy yo, ninguna enfermera además de mí se acerca a ver a esos pacientes.

—Yo la vi, señorita, lleva una falda blanca, una especie de capa, también muy blanca y una…

—Cofia azul. (Terminó la enfermera)

—Sí, cofia azul.

—No sé cómo decirle esto, señor, pero esa enfermera no trabaja aquí, aunque nos han reportado varias veces haberla visto.

—Claro que trabaja aquí, yo le vi hace horas, entrando en…

—En el elevador del sótano, cuando extrañamente usted iba solo y el elevador se saltó la planta baja, luego se saltó cualquier otro piso de subida y se fue directo al quinto piso.

—¿Cómo sabe que…? Es un fallo seguramente, ella entró en el elevador y me llamó po…

—Por su nombre ¿cierto?

—Sí, por mi nomb…

En ese momento todo el coraje que sentía se transformó en miedo, pánico, la enfermera parecía tranquila aunque noté algo de nerviosismo en sus palabras:

—Le dicen “la planchada” por lo limpia y bien vestida que está, cuenta la gente que ella va con los pacientes más graves y les brinda una palabra de aliento; un momento de bienestar, un poco de consuelo. Su misión es que nadie se vaya solo o desesperado, triste o con preocupaciones y está encadenada a éste lugar debido a la fuerte carga emocional que en él fluye todo el tiempo. Se sabe que ella tuvo un accidente: cayó por el cubo de la escalera del quinto piso y fue directo hasta el sótano, aunque días después del accidente, sus pacientes decían haberla visto haciendo la visita, nunca se le dio mucha importancia al asunto porque esos pacientes nos dejaban a los días, incluso horas de haber “visto” a María de la luz, que ese era su nombre en vida.

—Mire, si está tratando de asustarme no lo conseguirá, sus cuentos de fantasmas no funcionan conmigo, no creo en nada de eso, yo la vi a menos de un metro de distancia, dos veces, y créame, puedo ser muchas cosas pero no tonto, ella estaba ahí.

—Mañana le toca turno a Carmen Ortiz, es una enfermera que tiene más de treinta años trabajando en éste hospital, ella cuenta que cuando llegó aquí, la historia de la planchada ya era conocida, eso sucedió hace más de cincuenta años.

—Muy bien, siga con sus cuentos de fantasmas, seguramente es para encubrir a su compañera la grosera para que no le quiten algún bono o estímulo, levantaré mi queja mañana que abran la coordinación.

—Hágame un favor antes de levantar la queja, platique con Carmelita.

—Hasta luego.

Me alejé de ahí con un sentimiento extraño, pánico por dentro y molestia por fuera, algo en mi interior me dijo que la historia de la enfermera era cierta, aunque me negara a creerlo, decidí al otro día buscar a “Carmelita” para saber un poco más de lo que había pasado.

17 de Febrero de 2016, 8,47 de la mañana

Mi relevo llegó, me despedí de mi papá y fui a la central de enfermeras, pregunté por la famosa Carmelita y me mandaron al quinto piso, fui para allá y a penas la vi, supe que era ella, una señora grande de gesto amable y sonriente, en seguida la abordé:

—Buenos días ¿es usted la enfermera Carmelita?

—Sí hijo ¿en qué puedo ayudarte?

—Me mandaron con usted debido a algo que pasó ayer por la noche, resulta que estaba…

—La planchada ¿cierto? ¿A quién visitó?

—A mi papá…

—Hijo, tu papi está próximo a dejar su existencia terrenal, ella te permitió verla porque eres de corazón racional. Cree, ten esperanza de una vida después de ésta vida, de un lugar mejor, sin dolor, sin sentimientos negativos.

—Pero yo… Esa es una historia que inventaron para asustar a la gente, seguramente una leyenda urbana o algo así…

Carmelita sacó de la bolsa de su chaleco un gastado monedero, lo abrió y me enseñó una vieja fotografía. Era ella, la enfermera que yo había visto, la misma falda, la misma capa, la misma cofia, pero con una diferencia: su gesto era más alegre.

Carmelita me explicó que esa foto se la había regalado un doctor que a su vez la consiguió de otro doctor que hacía muchos años había sido compañero de María de la Luz Gonzales, y que fue testigo del lamentable accidente que se llevó su vida, pero no su presencia de ese hospital, platicamos un rato largo de muchos testimonios de gente que había vivido casos muy similares al mío, y ahora no sé qué pensar, siento miedo de que mi padre nos deje y de que la historia sea cierta, aunque en el fondo algo me dice que viví de cerca un evento anormal, o “paranormal” como lo llaman los especialistas.

Como decía al principio, no sé si el estado de sensibilidad en el que me encuentro haya influido en lo que me sucedió, no sé si ustedes lo crean o conozcan historias similares, lo que sí puedo asegurar, es que estar en presencia de esa enfermera es especial, al paso del tiempo he sido capaz de separar lo que sentí y lo que sucedió, comparar mi historia con otras similares y sacar mis conclusiones, ojalá usted, querido lector, haya sacado las suyas y las comparta en la sección de comentarios, estoy seguro de que al menos un lector de éste blog, ha atravesado alguna situación similar.

Pepe Sosa.

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