CRÓNICA, UN TRABAJO COMO OTRO CUALQUIERA.

Despiertas como a las 6 de la mañana, pero te levantas hasta las 6:15, te pesa el cuerpo y no quieres tocar el agua fría, pero debes hacerlo, “no me hubiera bañado ayer en la noche”, piensas, pero ya es muy tarde, si no te apuras, vas a llegar tarde. Hoy no se puede.

Te sientas en la cama, a tientas alcanzas tu pantalón, que está en la cima de la pila de ropa limpia que tu esposa quitó ayer del tendedero, te lo pones y agarras cualquier playera para usar, da igual.

Te pones los tenis que sientes bien ajustados en los pies, amarras las agujetas porque tu mamá te decía desde niño que podías matarte si no traías las agujetas bien amarradas y tu le crees todo lo que te dice.

Vas al pequeño buró que está al lado de tu cama, abres con cuidado el cajón y sacas la pistola, la guardas entre el pantalón y el abdomen, se siente fría pero no molesta, da seguridad.

Te acercas a tu esposa que todavía duerme, la besas en la frente y sonríes; “nos vemos en un rato”.

Abres la puerta de enfrente con mucho cuidado, ves al niño durmiendo en una montaña de cobijas y almohadas, sonríes de nuevo, le mandas un beso.

Vas a la cocina y abres el refrigerador, agarras un cartón de leche y le tomas directo del envase, lo dejas ahí y te diriges al pequeño comedor, en la mesa de centro dejaste los cigarros la noche anterior, tomas la cajetilla, la abres y sacas uno, casi de inmediato lo pones en tu boca y lo prendes, el humo inunda tus pulmones y se siente bien.

Abres la puerta de la calle y esperas a que lleguen por ti, sigues fumando y eso va relajando tu cuerpo, calma un poco la cosquilla que sientes en el fondo del estómago desde que despertaste, “¡total!”.

Un auto negro se para frente a tu casa, son ellos, lanzas el cigarro a donde sea y te acercas al carro, no dices nada, abres la puerta trasera y te sientas, nadie parece haberse dado cuenta de que el auto se detuvo y alguien subió, siguen su camino mirando hacia adelante como si nada.

Viajan juntos, pero acompañados sólo de sus pensamientos, los cuatro rufianes que hoy se quieren sacar la lotería y ya tienen boleto, lo compraron hace semanas, hoy por fin, el sorteo se llevará a cabo.

Llegan a la gasolinera y tal como lo habían planeado, uno cruza la calle y se sienta en la esquina, el otro compra dos tamales en el puesto al lado de la gasolinera, tú, te quedas en esa misma esquina, haciendo como que hablas por teléfono y el chofer, da la vuelta a la manzana y se estaciona a media calle, en el jardín, desde donde se ve todo lo que pasa.

Cinco, seis, siete, ocho minutos y todo ocurre tal y como lo habían planeado, llega la camioneta de valores, se bajan los custodios, es muy temprano para tomar tantas precauciones, suben a la oficina del gerente y hacen lo que hacen, nadie sabe, lo que si sabes es que cuando vengan hacia abajo, van a traer dos bolsas llenas de dinero, la mitad de una de esas bolsas es “tuya”.

Se ven las sombras en la salida de la escalera, llegó el momento de sacarse la lotería, no hay tiempo de dudar, pones la mano en la cacha de la pistola, ves cómo se acerca un tipo desde el puesto de tamales y caminas hacia la camioneta ¡BANG! ¡BANG! ¡BANG! ¡BANG! Pierdes la cuenta de la cantidad de disparos, chingue a su madre, es mi chamba, todos corren menos el hombre que venía de los tamales y tú, el que está enfrente mira para ambos lados de la calle, no hay chiflido, no hay policía a la vista.

Te acercas a recoger la bolsa de dinero del custodio que te toca, sientes cómo el auto negro sube a la banqueta de la gasolinera, sientes el motor caliente, rugiendo.

El hombre que venía de los tamales sube al auto negro, detrás del copiloto, cierra la puerta, estás a punto de subir, por aquella misma puerta por la que habías subido hace menos de una hora y escuchas un disparo atronador, te pega en el pecho y te lanza metro y medio hacia atrás, quieres levantarte y correr, pero no puedes, escuchas al auto negro alejarse, sabes que enfrente hay otro rufián que te puede ayudar, pero también sabes que no lo hará, él sólo está ahí para vigilar, se iba a regresar en taxi y no trae “con qué”, escuchas pasos a tu alrededor, una voz de mujer de edad suena: ¡Por pinche ratero culero! Adiós familia, no me hubiera puesto cualquier playera, qué bueno que me bañé ayer, no desayuné nada, por eso me fallaron las fuerzas.

El custodio que olvidaron, el de adentro de la camioneta había disparado desde el huequito diseñado para ese fin, fue certero, justo en el triángulo del corazón, abajo de la barbilla, arribita del esternón, nunca tuviste oportunidad, sientes cómo te avienta con el pie y recoge la bolsa de dinero de debajo de tu cuerpo, sientes la sangre correr y piensas en cada uno de los pasos que diste antes de llegar ahí.

En la calle de Jesús Carranza número sesenta y cuatro, suena un teléfono muy temprano en la mañana, una mujer siente un vuelco en el corazón y antes de que se lo digan, ya lo sabe: “señora, venga a reconocer el cuerpo de su marido”.

Pepe Sosa.

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